En la noche, no pude dormir de tanto llorar y pensar en la
situación. Esteban no respondió ninguna de mis llamadas ni mensajes.
Al día siguiente, me despertó el tono de mi celular.
Era un mensaje de Esteban. Me senté rápidamente y comencé a leerlo. “Laura
quiero hablar contigo, aclarar las cosas. ¿Podemos vernos? Te espero en mi
casa. Ojalá vengas. Es importante para los dos” .
Inmediatamente me vestí, arreglé mi cabello y bajé corriendo las
escaleras. Agarré un bolso, mi dinero, mis llaves y mi celular. Su casa estaba
como a una hora de la mía, pero no me importaba. Salí sin avisarle a nadie.
Tomé el autobús.
Llegando, bajé rápidamente y me fui corriendo hasta su casa.
Llegué al edificio. Él vivía en el cuarto piso. Estaba exhausta, y aun así,
subí apresuradamente cada escalón. Me acerqué a la puerta. Respiré fuertemente
y toqué.
Al abrir, su cara mostró un gesto de asombro, pues parecía como
si apenas se hubiese levantado.
— ¡Hola, Esteban! —exclamé, y me lancé a sus brazos.
—Hola, entra —su rostro parecía sensato.
Nos dirigimos a la sala.
— ¿Quieres tomar algo? —preguntó .
—Un vaso de agua, por favor —dije penosamente .
—Pues adelante, habla —me indicó mientras me entregaba el vaso.
—Bueno —sentía un nudo en la garganta—. Lo siento, no sé cómo
empezar.
—Está bien. Preguntaré yo. Honestamente, ¿qué paso ese día? —era
obvio que sería su primer pregunta .
—Pues ese día tocaron a mi puerta. Creí que eras tú, pero lo vi
a él. Charlamos un rato y después —hice una pausa, pues estaba muy nerviosa—,
después lo besé. ¡No sé por qué lo hice! Estoy arrepentida.
— ¿Debería creerte? —Me cuestionó, muy serio.
—Hazlo, es la verdad. Yo no siento nada por él.
—No sé qué pensar. Yo quería estar contigo. Pasar el día a tu
lado y llevarte adonde tu quisieras ir. La verdad, me dolió verte con él —vi
como una lágrima salía de sus ojos.
— ¿Sabes qué? —Lo miré, aguantando las ganas de llorar— Dicen,
que quién te quiere, te busca, y yo he venido hasta aquí, corriendo, pensando
en ti, sin saber qué hacer. He pasado la noche anterior llorando. No sé por qué
cometí ese maldito error. El caso es que me importas mucho y no te quiero
perder.
—Tienes razón, tampoco quiero perderte. Confío en ti, pero
prométeme que no volverá a pasar —me dijo, esperando una respuesta inmediata.
—Te lo prometo. Gracias —lo abracé, y me dijo al oído—. ¿Quieres
salir esta tarde conmigo?
—Claro, me encantaría.
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