domingo, 4 de noviembre de 2012

De nuevo, la tentación ganó


Fue una repentina sorpresa ver a Darío frente a mí. No sabía si estar feliz por su visita o preocuparme por el problema en el que me metería cuando llegara Esteban. 
Al abrir la puerta me abrazó y dijo:     
— ¡Hola preciosa! ¿Cómo estás?
—Perfectamente ¡No esperaba tu visita! —Exclamé.

—Ya veo. Estas muy hermosa, como siempre. ¿Esperas a alguien? 

—Sí, quedé con Esteban para dar la vuelta, pero adelante, pasa.
— ¿Aún sigues con él? ¡Yo que venía a declararte mi amor! —expresó con tono irónico.
Con una sonrisa en mis labios, traté de cambiar el tema y lo invité a tomar un café.



Entramos a la cocina, y en lo que calentaba el agua, se acercó a mí, abrazándome por detrás. Besaba mi cuello y yo sentía su respiración en él. Giro mi cuerpo. Me cogió por la cintura tratándome de besar. Lo quería, me atraía, me gustaba estar con él, aunque no era correcto sentir eso. Me distancié de él y susurré:

— ¿Para qué has venido? 

—Para conquistarte y convencerte que yo soy para ti —pronunció sarcásticamente, mientras volvía a tomarme por la cintura.



Se fue acercando más a mí. Dejé que me besara. Y es que sus besos sus caricias, siempre me volvían loca. Era difícil resistirme a él. Mi conciencia quería parar, pero mi deseo decía que continuara. Estuve a punto de dejar que siguiese, hasta que tocaron la puerta. Me dirigí a abrir. Pensé en lo que había hecho. ¡Estoy loca! ¿Por qué lo hice?
Al abrir. ¡Mierda! Era Esteban.
—Hola princesa —dijo mientras su rostro se llenaba con una gran sonrisa.
Me besó y me entregó una rosa. !Dios, qué he hecho¡ Esteban es tan lindo conmigo y yo envolviéndome con Darío.


De repente, la sonrisa de Esteban se borró completamente. Su cara se llenó de tristeza y odio. Sí, Darío estaba detrás de mí.

Con voz fuerte, Esteban preguntó—Laura ¿Qué hace este idiota en tu casa?

Balbuceando respondí— ¡Cálmate! Solo vino a saludarme y ya se iba.
Sin pedirme más explicaciones y muy enojado mencionó:

—Tranquila, que aquí el que se va soy yo

— ¡Esteban, no! Escúchame por favor. No es lo que tú piensas —Grité desesperadamente.

— ¡Oh  vamos! No soy tan tonto como para pensar que solo vino a saludarte. Lo siento Laura.  



Esteban se marchó sin escuchar ninguna explicación. ¿Qué había hecho? Estaba llena de rabia y de dolor.        

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